Y la tierra tembló...hace 29 años
- Alberto Barrera y Luis Galdámez
- 12 oct 2015
- 5 Min. de lectura
Era una mañana tranquila y hacíamos un alto en la cobertura del conflicto armado ese 10 de octubre de 1986, porque en la corresponsalía de la agencia británica de noticias Reuters no teníamos sucesos que reportar y nos distraíamos. De pronto una fuerte sacudida estremeció el edificio del hotel Camino Real y toda la capital.
La sangre, muerte y el dolor correría ese mediodía por uno de los peores terremotos que han sacudido la tierra salvadoreña pues hubo 1,500 muertos y unos 200,000 damnificados. El sismo fue de 5,7 grados Richter, pero su profundidad fue de solo 5,4 kilómetros y su epicentro en Los Planes de Renderos, por lo que los daños fueron principalmente en el centro y sur de la ciudad.

La puerta de la pequeña oficina en una de las habitaciones del lujoso hotel se cerró y del techo cayó polvillo. Gritos de espanto se escucharon a lo largo del pasillo del segundo piso y muchos a correr con sus cámaras al ristre, mientras Miguel Solís, fotógrafo mexicano de la agencia, buscaba uno de sus zapatos escondido durante las bromas por Juana Arias, también fotoperiodista y entonces esposa de Jon Anderson, famoso periodista y escritor en la actualidad.
Luis Galdámez, otro colega fotoperiodista en la agencia, había bajado al baño en el primer piso del hotel y la sacudida lo tomó desprevenido, se asustó, pero buscó las escaleras de emergencia. En su recorrido en busca de su equipo encontró a varios colegas bajando apresurados, entre ellos a Marcos Alemán de la agencia AP.
Al salir al parqueo del hotel nos dimos cuenta de la fuerza del sismo por una espesa nube de polvo que se levantaba hacia el centro de la capital, en parte era por el colapso del edificio Rubén Darío, lo cual le costó la vida a 300 personas del total de fallecidos ese día.

El periodista escocés Angus McSwan, estaba recién llegado como corresponsal de Reuters y asustado no alcanzaba entender la tragedia, pues las noticias apenas llegaban por testimonios de reporteros, de sobrevivientes o testigos de la tragedia pero no había cómo notificar al mundo.
“Al estruendo del edificio, me imagine de una explosión y salí del baño para buscar las escaleras de emergencia para la oficina en el alboroto venían varios colegas y Marcos con su caja pequeña de metal donde guardaban las ‘chirilicas’. Entré a la oficina en busca del equipo para salir a fotografiar los efectos del terremoto. Las primeras fotos fueron de gente impactada que venía saliendo de Metrocentro, luego me dirigí al hospital, Bloom en donde estaban evacuando a los pequeños pacientes y atendiéndolos en la calle”, recuerda Galdámez.

Las comunicaciones se habían caído, no había servicio de télex y no tuvimos servicio telefónico por varias horas, las radios en silencio, solo algunas que tenían planta generadora de energía funcionaban, mientras la televisión noticiosa sin reportes inmediatos. Por la tarde establecimos contacto con nuestra central regional en México por medio de una línea de teléfono y no la soltamos durante horas para relatar los sucesos y redactar notas que escribíamos en máquinas vetustas pero que ese día sirvieron mucho.
Algunos de los fotógrafos de agencias se fueron a poblados en Guatemala cerca de la frontera con El Salvador para hacer sus envíos y otros, como Galdámez llegaron con sus primeras fotos y Solís las llevó al aeropuerto para que vía aérea fueran a Guatemala desde donde fueron transmitidas. Los de las cadenas de televisión también viajaron a la nación vecina para enviar sus imágenes.
Galdámez recordó que apresurado salió y encontró al conductor de un vehículo particular al que convenció que le llevara a un barrio cerca del Mercado La Tiendona, pues en esa zona había varias casas derruidas y ahí se enteró de la tragedia en el Edificio Darío, adonde se dirigió de inmediato “registrando parte de los daños en la infraestructura” de la vieja edificación colapsada.

La estrategia de enviar de inmediato sus “rollos de película” al aeropuerto sirvió para que al siguiente día sus fotos obtuvieran varias portadas en periódicos de Estados Unidos y en otros sitios del mundo, recordó el veterano y experto fotoperiodista. A sus hijos los vio hasta el siguiente día, pero estaba enterado de que no les había pasado nada.
Y yo no sabía qué le había pasado a mi familia y junto al colega Joel Burgos, entonces reportero de la radio YSU, nos fuimos a bordo de mi escarabajo 1969 hacia Mejicanos y Cuscatancingo, para buscar noticias y saber de las familias de ambos. Nos costó pasar sobre el bulevar de Los Héroes por el intenso tráfico, así como la invasión de la avenida por asustados y mareados transeúntes; y en una aglomeración vimos a muchos niños del Hospital Bloom que eran atendidos en sus camillas a la orilla del bulevar, pero nos enteramos que solo un niño había muertos y los demás a salvo.
Comprobado que tanto mis tres hijos, entre los 6 y 9 años, su madre y demás familiares en la populosa ciudad y la familia de Joel estaban a salvo, solo asustados, seguimos la cobertura. Y así vimos la tragedia en el edificio Rubén Darío, contraído en su estructura de cemento y metal, sus cinco pisos eran solo un armatoste que causara luto y dolor. El edificio fue declarado inhabitable en mayo de 1965 por otro terremoto, pero solo fue maquillado con la anuencia gubernamental.
Anotamos datos, color del ambiente trágico y triste, y seguimos hacia el sur. En el barrio San Jacinto llegamos a la escuela Santa Catalina y en ese lugar todo el temor, dolor y la impotencia ante el fenómeno se me vinieron encima.
Una madre acariciaba la cabeza de su niña muerta y le decía que “todo va a estar bien…” No hallé palabras que decir y lloré, asumiendo lo que ella sentía y lo que haría yo si hubiese sido ella. Dimos la vuelta con Joel hacia la oficina y en el hotel todo era alboroto, algunos aún no se atrevían a entrar a sus oficinas y otros valientemente estaban en sus puestos.

Subí y me encontré con la cara larga de Angus porque supuso había abandonado el trabajo, pero los datos que había obtenido sirvieron para sucesivas notas que enviamos esa tarde, aunque la relación se había deteriorado y después de sus casi tres años en al país mejoramos la convivencia en la corresponsalía.
Las largas horas laborales, interminables trabajos, los reportes del corresponsal y algunas de mis notas de color, como la que escribí sobre la preocupación de una familia en San Jacinto –cuya residencia estaba en el suelo- por su gato que hacía malabares en una pared de bahareque en pie y la cual amenazaba caerse, fueron aliviando la tensión.
Después de un par de semanas, casi volvimos a la normalidad para seguir cubriendo el largo conflicto armado que finalizaría en enero de 1992 con 75,000 muertos.
Texto Alberto Barrera
Ilustración gráfica Luis Galdámez*
Las ilustraciones gráficas fueron obtenidas por Luis Galdámez de videos que registraron el 10 de octubre de 1986 la tragedia del terremoto que arrasó la capital salvadoreña.
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